ERNESTO GUALLE

Gualle se adentra en la selva

Por Hernán Rodríguez Castelo

De la Academia Ecuatoriana de la Lengua
y la Asociación Internacional de Críticos de Arte

Ernesto Gualle (Alangasí, 1960), habitante de un pueblo de la serranía ecuatoriana rico en supervivencias folclóricas, tentó en algunos momentos de su carrera de pintor captar escenas de esas pintorescas ceremonias y danzas casi fáusticas. Logró cuadros que revivían esas horas festivas de la población. Pero se quedó dentro de los límites del figurativismo, tratando de superar limitaciones del dibujo propias de quien no ha tenido academia. Venció en mucho tales limitaciones y sus visiones del folclor fueron exactas y vivas de colorido. Pero había en ese incansable danzar ritual y en muchas otras acciones un más allá del puro realismo: magia, sustratos obscuros, extraños sincretismos. Y en eso no estaba en los cuadros de Gualle.

Concebidos en términos de puro realismo, no podían abrir espacios visuales ara esas dimensiones con tanto de superrealismo.

Entonces el artista se fue volcando por el otro mundo por el que desde el inicio de su carrera se había movido su pintura: la naturaleza. Y en la naturaleza le sedujo cada vez más la selva, donde su condición de artista naif –o casi naif- se fascinaba como el niño con el juguete rico de insospechas posibilidades de juego y fantasía.

Como anoté en un texto anterior pesó en esta decisión del artista la seducción roussoniana. El Aduanero reveló al arte de occidente cuanto de belleza nueva, casi exótica, plásticamente riquísima, había en ese alarde fastuoso de vida natural que son las selvas.

En largo tramo de su pintar escenas de selva, Gualle buscó ofrecer a su espectador especiales atracciones: amables claros, río, lagunas misteriosas, aves exóticas. Pero, de pronto, pareció no necesitar de nada de aquello e hizo obras en que todo se consumaba en la pura vegetación selvática: troncos, hojas, lianas.

Fue, sin duda, un gesto de nueva madurez. Había dado en el corazón de la selva ecuatorial con todo lo que la naturaleza obra de belleza visual: cromática que el artista de por sí difícilmente hubiera urdido –como hojas azules y de otros tan inusitados colores -, composiciones abigarradas, luces filtradas y como húmedas y henchidas de vida silenciosa y ritmos. ¡Cuánto ritmo tan rico y libre como exacto en cada pedazo de selva!
Así que Gualle se fue metiendo cada vez más dentro de la selva, y han emergido a su tranquila vida pueblerina desde esas incursiones, con la pupila atenta y la sensibilidad a flor de piel, con rico botín de belleza fresca y nueva. Pero hay tanto tesoro de visualidad en el mundo de la selva que, por mucho que hurgue y extraiga, siempre será mucho más lo que le espera. En buena hora que está en camino y decidido a seguir adentrándose en la selva.